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Mediado ya el camino de la vida,

me vi de pronto en una selva oscura,

ya del todo perdido el rumbo cierto.

¡Ah, tan difícil es decir lo densa 

y ruda y fiera que era la espesura,

que solo de pensarlo vuelve el miedo!

La muerte no le gana en sinsabores

Mas por tratar del bien que allí me cupo

escribiré de todo cuanto vi.

De cómo entré no puedo decir nada,

el sueño me embargaba por completo

al apartarme de la buena senda.

Pero una vez llegué junto a un collado,

allí donde acababa el valle fiero

que me había encogido el corazón,

levanté la cabeza y vi sus hombros

vestidos de los rayos del planeta

que guía la carrera de los hombres.

Entonces se calmó mi miedo un poco,

que el lago de mi alma había helado

la noche que pasé entregado al duelo.

Y como aquel que resollando llega

tras bregar con olas a la costa,

y vuelve el rostro al agua peligrosa,

así yo, que aún huía, me volví

a dedicarle una mirada al límite

que vivo no ha cruzado ningún hombre. 

Canto I, La divina comedia Dante Alighieri.

© Ana Maisonave

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